Ya que se acerca mi querida semana santa, procede comenzar una
serie de opiniones sobre el mundillo que la rodea y la hace tan especial y
única. Y qué mejor manera que describiendo a algún espécimen de los que sientan
cátedra.
Se han
desarrollado poco a poco, con el tiempo. No ha sido una oleada imparable, sino
que se han ido situando silenciosamente entre lo más granado del gusto y de la
moda. Son los nuevos entendidos cofrades. Hace años entró con fuerza un grupo
cofrade que presumía de memorizar marchas procesionales, conocer los nombres de
los capataces más afamados o saberse al dedillo el despiece del palio de la
sevillana Virgen del Patrocinio. Eran los llamados "kofrades",
término que acuñó el periodista Carlos Colón en sus artículos en EL PAÍS. La
obsesión por conocer y memorizar el dato más estúpido, por poseer cualquier
elemento coleccionable semanasantero o por despotricar (ejercicio habitual del
cofrade) de todo lo que no se parezca a su modelo sevillano.
En cambio, el nuevo cofrade entendido es más sutil. No se sube al
carro de las cornetas ni se coloca costales de colores sobre su cabeza. El
entendido pontifica sin dejar lugar a la discusión, porque todo lo que dice es
ley. Su gusto es selecto y sublime y lo que quede fuera de los parámetros que
establezca será considerado soez, enquistado y cateto. Gusta de hermandades de
negro o similares, que marchan al ritmo de marchas fúnebres entre cirios de
color tiniebla y que tienen entre su itinerario el hito catedralicio. Ahora nos
dicen el recorrido que hemos de hacer, la marcha que ha de sonar o incluso la
velocidad a la que tenemos que caminar. Si no, no hacemos estación de
penitencia.
Se han convertido en lo políticamente correcto del territorio
cofrade, son quienes diseñan la “nueva” semana santa y convierten en anatema
toda discrepancia. Dividen a las cofradías entre “elegantes” y “catetas”,
siendo estas últimas las que consideran paradigma del “cordobesismo rancio” y demodé, aunque sean las más seguidas por
el cofrade local, pero…. no llevan el corte adecuado de la túnica, ni los pasos
guardan las proporciones que desearían, la flor no es la correcta, las marchas
son demasiado ruidosas, los cirios parecen baratos, el incienso les huele mal
y, pardiez, no van a la Catedral.
Si los “kofrades” pecaban de estridentes, a estos nuevos
entendidos no se les ve venir con tanta claridad; están copando las atalayas
mediáticas, desde pregones a páginas escritas y marcan el paso de lo conveniente,
con su superioridad moral y desprecio a todo lo que no sea exquisito y
elitista. No digo que yerren en todas sus apreciaciones, ni que incluso pueda
estar de acuerdo con algún matiz, pero, cuidado, no se dejen engatusar y
convirtamos la semana santa en un ilustre y elegante cadáver.
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