lunes, 1 de abril de 2013

La Semana Santa de Ignacio Camacho



Uno de los grandes periodistas de opinión reflexiona sobre la Semana Santa:


La llamada de la sangre


IGNACIO CAMACHO

Por su arraigo comunitario, popular, la Semana Santa es también una celebración ecuménica, una fiesta del respeto

Hay un entrenador español de fútbol que incluye una curiosa cláusula en sus contratos. Esté donde esté, trabaje donde trabaje, en España o en el extranjero, se juegue un descenso o la final de un campeonato, obliga a sus equipos a autorizarles por escrito que la Madrugada del Viernes Santo podrá estar en su pueblo -de Sevilla- para sacar a su Virgen de costalero. Se lo prometió a su padre, que lo inició en esa devoción, y no firma si no se le garantiza la posibilidad de acudir a esa ancestral llamada de la sangre. Porque de eso se trata, al fin: de una voz que desde el fondo de los siglos apela a la tradición, a la fe, a los sentimientos y a las pasiones.
La Semana Santa no se puede separar de la religión, sin cuyos misterios del sacrificio y de la redención apenas resultaría un trivial teatro callejero, pero su fuerza social reside en su carácter abierto. Abierto a la belleza, a la sensualidad, al arte y a la memoria. Y también a una especie de comunión de fraternidad humana; conozco a muchos agnósticos que salen de nazarenos porque así se sienten vinculados al resto de su comunidad en un rito anual de encuentro con su cultura. Unidos en la liturgia penitencial con las raíces de su pueblo. Hace pocos años, en la localidad gaditana de Trebujena, un feudo tradicional del sindicalismo agrario, los comunistas que iban a salir para una manifestación en Sevilla fueron los primeros en acudir a salvar las imágenes de un incendio en la iglesia. En un impulso espontáneo trituraron de un solo golpe la rancia reminiscencia de esa izquierda quemaconventos que aún suscita cierta nostalgia en desnortados sectores del laicismo posmoderno. No fue una estampa del «Don Camilo» de Guareschi sino una demostración del arraigo que «los santos» -como ellos decían- poseen en la identidad popular, en la forma de vida comunitaria.
Esa llamada interior vertebra una parte sustancial de nuestra convivencia colectiva. Bajo los pasos sudan como costaleros ciudadanos de todas las ideologías agrupados en el mismo sacrificio, en la sublimación física y simbólica del trabajo. La Semana Santa, como fiesta del regreso que también es, los reúne en torno a un sentimiento de pertenencia, igual que marca el tiempo del retorno de muchas familias emigrantes a la geografía de sus recuerdos. Ocurre incluso dentro de las mismas ciudades, donde las cofradías representan la recuperación anual de la memoria de los barrios y les devuelven a los núcleos históricos el protagonismo esencial arrebatado por la moderna configuración urbana.
Eso sí, nada de ello sería posible sin la centralidad de la fe, eje de la conmemoración y médula, como en la Navidad, de su sentido metafísico. Sin embargo, la importancia de esta celebración cenital es su capacidad unificadora, su potencia ecuménica: ese lazo espiritual que la convierte en una insólita, imprescindible fiesta del respeto.