Es verdad, cada día me
sorprenden más esos personajes que habitan nuestras hermandades o que
revolotean alrededor. No sé si obran de mala fe, si están
sugestionados por la ruin condición de buena parte de nuestros políticos o si tienen
intereses espurios inconfesables que se revelan como pequeñas luchas de poder
por alcanzar estratos más elevados en este aburrido mundo cofrade. También
pudiera ser que se hayan imbuido de cierta prensa amarilla que pretende cada
día levantar de su asiento al receptor del mensaje, insuflándole vientos de
corrupción, de habladurías o de interpretaciones torticeras próximas a la “conspiración
universal”.
El caso es que aquí cada día nos
encontramos con una historia diferente, en la que el punto de mira se desplaza encarando
al primero que se les ocurra. Bien es cierto que la libertad de expresión es un
derecho indiscutible, que la crítica es necesaria para mejorar muchas de las
acciones que se llevan a cabo, que no está de más remover un poco las aguas
para que el lodo no se asiente y que incluso es deseable cierto aire fresco
renovador de pertinaces personajes y enquistadas costumbres. Lo que no puede
admitirse es el casco de guerra y la ametralladora bajo la capa de paz de quien
dice ser cofrade y gente de iglesia.