martes, 18 de marzo de 2014

Silencio en el templo


Necesitamos silencio, reposo, reflexión. La algarabía es tal que no hay sitio ni situación que nos libre del infernal ruido que nos rodea. ¿Acaso nadie sabe modular sus expresiones, silenciar la voz, musitar?
A mí me enseñaron a susurrar en el interior del templo, a no pasar del bisbiseo y sólo para comentar aquello que era estrictamente imprescindible. También me enseñaron a no señalar, sentarme derecho o no volver la cabeza hacia atrás; porque estaba en la iglesia, en un lugar de oración donde se debía expresar el máximo respeto y decoro. 
Me aturde entender una conversación, que resuene una voz, una risotada escandalosa o una estúpida palmada y, sin embargo, los cofrades cada vez son más dados a comportarse en la iglesia y en presencia de sus titulares como si la confianza por el hábito les hubiera relegado su respetuoso comportamiento a momentos muy determinados en los que hay que airear la parafernalia protocolaria. Sin embargo, no se dan cuenta de lo difícil que resulta enhebrar una oración, ahondar una reflexión, reconquistar un recuerdo o, simplemente, abandonarse ante la belleza de una lágrima o la tragedia de una gota de sangre. No, señores cofrades, no es posible decir Madre cuando alguien, muy cerca, recopila a voz en grito y con soniquete de tabla de multiplicar los nombres de las marchas que se tocaron en el último certamen de bandas; ni tampoco puede uno dejarse caer por las volutas de un bordado si alrededor el movimiento es continuo, llegando al colmo de la exasperación y rozando el colérico exabrupto cuando alguno que otro se coloca en nuestro campo de visión con codos alzados y manos sujetando el maldito aparato del "fotomensaje" que, para plenitud y apogeo del mismo, le lanza un silbido musical al Señor, indicando que al otro lado de la línea alguien ha sido muy oportuno con su mensaje.

P.D. Inspirado en el día de la fecha al leer este interesante artículo de Antonio Varo.