martes, 11 de junio de 2013

Esa feria que se fue.

Terminados los días de alboroto que nos trajo el mes de mayo, puede ser recomendable cierta crítica ante tanto festejo mal planteado. Reconozco que esto no es demasiado popular, pues la mayoría estará encantada de haber retozado en el lodazal del Arenal, pero bien es cierto que demasiados cordobeses hemos comenzado una diáspora que nos aleja, cada año más, de una feria que nos resulta extraña, ajena y poco acorde con lo que entendemos ha de ser un lugar de entretenimiento y diversión, además de punto álgido de las fiestas locales.

Mi visión de la feria se remonta a los años en los que el Real se encontraba en el Paseo de la Victoria, un lugar céntrico, fresco y elegante, en el que hemos disfrutado de momentos inolvidables. El cambio al recinto del Arenal nos enfrenta a la suciedad, incomodidad, el calor sofocante y el nuevo modelo de fiesta “abierta”. Indudablemente, proponer el regreso de la feria a la Victoria no es acorde con una ciudad moderna y organizada, pero la “feria abierta” que se impuso en el año 1994, ya en el Arenal, presumía de ser muy "acogedora" y, sobre todo, del gratis total en el acceso a las distintas casetas. Que todos puedan entrar con total libertad en las casetas feriales parecería positivo y animaría a todos a pasar sus tiempo en el recinto; pero, evidentemente, ese no ha sido el resultado. La "feria abierta" ha propiciado que el sistema de mantenimiento económico de las casetas no sean sus socios, sino los clientes que esporádicamente pasan por su barras y, como es lógico, a más clientes más beneficio; por lo tanto, se gastan lo justo en decorarlas y buscan más metros de barra y de carpa. En definitiva, resulta algo cutre y horroroso. Al ser cutre y horroroso se invita a que las personas que acuden a su interior vistan de igual forma: camisetas y chanclas; se comporten de igual forma: borracheras y peleas; o busquen lo mismo: alcohol y discoteca. Esto ha expulsado a las familias de la feria, quedando como un simple polígono discotequero iluminado por las luces de las ambulancias, perfumado por el aroma del pollo frito y amenizado por las cargas de lo antidisturbios. 

Esperemos que el trabajo de asociaciones como Casetas Tradicionales o la insistencia de periodistas como Luis Miranda impulsen otra mentalidad respecto a este lamentable evento.



La suerte de la fea


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